Año con año, el cambio de las estaciones se hace presente en la naturaleza: Después de la explosión de vida y color que trae consigo la primavera y que alcanza su máximo durante el verano con colores verdes, el paisaje comienza a cambiar conforme la temperatura desciende y llega el otoño e invierno.
Entonces ocurre una de las transformaciones más dramáticas en la naturaleza: El follaje de los árboles abandona sus distintas tonalidades verdes, para dar paso a colores que van desde el ocre al amarillo.
De acuerdo a Alejandro López (2021), en su artículo publicado en el sitio web de National Geographic, los dos grandes protagonistas de esta explosión de colores ocre, rojizos y amarillos, son los pigmentos llamados “carotenoides” y “antocianina”. Mientras el primero otorga a las hojas tonalidades amarillas y naranjas, el segundo produce rojos intensos.
La sensibilidad de las hojas caducas a los cambios de temperatura y la ausencia de clorofila, son las responsables de la gama de colores que obtiene el follaje durante el otoño.
La intensidad de los colores del follaje otoñal depende tanto de la especie del árbol, como de la temperatura. Mientras que los días cálidos con noches frías propician una explosión de colores más intensos, las heladas tempranas acortan el tiempo en que el follaje posee tonalidades más vibrantes.
Por ejemplo, las bajas temperaturas (sin heladas), favorecen la producción de colores rojos intensos en el maple, de modo que los mejores días de otoño para encontrar esta tonalidad son los despejados después de una noche fría.